Me gustan los olores de las tardes lluviosas porque me confiesan que he estado viva en algún tiempo. Me toman de la mano y me trasladan. Me recuerdan cuando el que comenzara a llover era una fiesta sin necesidad de preámbulos ni preparaciones y esperabas el momento de salir a cantarle a una Virgen de la Cueva que parecía deleitarse con las risas de los niños.
Me gustan los olores de las tardes lluviosas, porque igual huelen a cafè recièn hecho que a la ropa que planchaba la muchacha aprovechando el frescor de las gotas que aùn caìan. Huelen a rayitas de agua que se escurren lentamente por la bugambilia que estaba a pie de la ventana, mientras del otro lado del cristal tratabas de seguir sus senderos con la lengua. Huelen a charcos brillantes como espejos y a zapatos mojados en el jardin. Huelen a pan de naranja y los tamales de elote que se cocian sobre la estufa… Huelen a mi abuela. A las tardes veraniegas en el rancho de los Tios, cuando no podias salirte a jugar en los corrales porque ibas a llenar de lodo y las hormigas salen de la tierra y no se les debe molestar.
La lluvia huele al canto de las ranas, al sonido del granizo que juntabas en un vaso. Al campo que renace. A los truenos que retumban en medio de los zarzales. Huelen a sonrisas que se han ido y a otras que florecen lentamente escondidas entre gotas de agua fria y alguna copa de buen vino que te calienta el corazòn. Olores viejos que te arropan y te acuerdas entonces de que tiene que llover de vez en cuando para que tus raíces nunca se sequen ni tus ramas tiernas dejen de brotar cuando vuelva a salir el sol...
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