Si algo he aprendido de mis intentos de excursionista, es
que no hay nada escrito ni definitivo. Y como la vida es más agitada que
una coctelera, después de varios giros desatados nos vino a poner donde
finalmente deberíamos de haber estado desde hace rete-hartos años. Si bien,
estaba yo más que ansiosa de irme a trepar al Nevado hasta hartarme, ponerme a
jugar en la nieve, llenarme las botas de polvo explorando veredas escondidas y
agarrar condición bajando y subiendo la barranca en mientras le llego al
Izztacihuatl, mi hermoso paquete me vino con todo y trepada guerrera a las
piedras y pos ahora sí, hora de dejar atrás los simples rapelitos
coquetos y comenzar la ruta de abajo para arriba en las piedritas, es decir
aprender a escalar.
La escalada en roca comenzó a llamarme la atención –o mejor
dicho, la descubrí- por los amigos de mi hija Andrea: un montón de muchachos
que disfrutaban el irse a encaramar en las piedras de El Diente llenándose las
manos de una cosa blanca y trepándose de una manera ininteligible para mí sobre
paredes “lisas” y totalmente verticales. Eso que nació como una
admiración comenzó a convertirse en una afición y después de un par de
desplantes filiales por parte de mi retoño, repasé varias veces en mi mente la
idea nunca aterrizada de irme a tomar clases a un rocódromo para aprender a
jugar también yo al hombre araña….
Mi primera “lección oficial” en El Diente fue desastrosa:
saldo de una rodilla raspada y la imposibilidad total de despegarme del suelo
con todo y mis botas de suela amarilla. Pero como la idea no era
desechable, la siguiente visita ya fue con el disfraz completo y si bien,
no sé si me dio más miedo subir ó bajar el escaso metro y medio que me mal pude
trepar, el asunto ya comenzó a convertirse en un reto personal y ¡seré chillona
pero no rajona! Los movimientos ligeros y casi poéticos de mi adorado Chemanix
sobre la roca ponen de manifiesto mi falta de coordinación psicomotriz fina y
el excelente trabajo de mi abuela gritándome cada vez que me veía trepada en
algo “te vas a caer de allí y a romperte toda la cabezota”. Mi siguiente
incursión concluyó con un raspón fuerte en las costillas y la posterior
con un golpe de calor. En la siguiente salida –que en la mente de
Chemanix estaba destinada a ser la última si de plano no había forma de que
dejara el pánico guardado en mi mochila….- finalmente ocurrió el milagro: constaté
que si subo asegurada, NO me voy a caer y entonces todo cambió de dimensión y
comencé a verle pies y cabeza a mis intentos de escaladora. Poco a poco,
el temor a caerme y reventarme la cabeza como sandía se fue sustituyendo por un
grito de “ténsame” y la tembladera de las piernas se controló poco a poco
aprendiendo a acomodar los pies y bajando los talones. Los nombres
de las técnicas y posiciones se vuelven comunes y ahora el reto se divide
en dos partes: por un lado, el acondicionamiento físico y la resistencia y por
el otro el más complejo: el entrenamiento sicológico.
De los roqueros y ruqueros aprendes muchas cosas y si bien
mi gran amor siguen siendo las cumbres inmensas y cubiertas de nieves eternas,
el olor de las piedras y su textura deliciosa en tus manos se han convertido en
excelentes maestros para tratar de moldear mi carácter, ya que si algo
necesitas para andar allí no son unos pies de gato de la mejor marca, necesitas
temperamento, disciplina, es lograr tener un control total y absoluto de
tus emociones y no dejarte dominar por el miedo bajo ninguna
circunstancia. Es tener que estar consciente en todo momento que no debes
de perder el control y eso es algo que te llevas aún cuando ya te hayas bajado
de la roca.
Es un hecho que muy probablemente jamás vaya a poder hacer
un 5.14 ni a ser campeona nacional, pero pues como ya sabemos aquí no hay nada
escrito y quién quita algún día termine trepada arriba de la Peña de Bernal ó
de plano, vaya a hacerle cosquillas a El Capitán. Por lo pronto, traigo 6
cortadas abrasivas en los dedos, me duelen todos los músculos de la espalda en
mis intentos por aprender a hacer bulder y no me fue tan mal con la escalada artificial. Entre más me meto en esto
más me doy cuenta de que hay demasiadas cosas que necesito aprender y por lo
pronto, mi segundo reto es sobrepasar el límite de los dos metros en punta sabiendo que
la única línea que me espera en caso de una caída es la del suelo. El
primero fue convencerme de que si podía cambiarme de pisadera sin terminar en
el piso, aún cuando tuviera que practicar brincoteando encima de las tapas de
los garrafones…