lunes, 24 de junio de 2013

Cómplice callado de todos mis andares

Ya me aburri de trabajar.  La tarde lluviosa y tranquila se va a cuentagotas mientras que le doy sorbos a un café que ni siquiera sabe a tus besos…

 Mejor pienso en ti y a ver qué nos sale:


 Me encantas cuando me preguntas tranquilo y condescendiente
¿Dónde está  todo aquello que digo ver en ti y que por más que lo buscas,
Tú no lo encuentras?
 
Adoro tus ojos fieros y tus pupilas de almendra haciéndome sonreír
mientras me cuentas historias de heladas y ventarrones,
tus manos de niño inventan caminos secretos en mi espalda
que borras en sigilo con tus labios para que no se puedan volver a encontrar.
 
Amo tu fuerza.
Tu paz, tus anhelos, tu rabia, tu tranquilidad.
Amo que seas el cómplice silencioso de todas mis aberraciones
y que muchas veces, simplemente estés allí
quieto, callado, abrazándome como si tus brazos fueran raíces
que me atrapan (y yo no quiero escapar).

De repente, te vuelves grande, enorme, inmenso…
y me quedo como una niña chiquita, mirándote.
Observando la formas y las maneras con las que mandas al mundo
y cuando ese espacio ha terminado,
vuelves y te acurrucas en mí respirando la misma paz
con la que me envuelves y cobijas…
 
Te amo como sabía que quería amarte.
Te amo para mi, para siempre

No me supongo una realidad en la que tú no aparezcas.
Mi mundo se fundió con el tuyo y se convirtió en uno solo,
algo así como tú y la vida que explota burbujeante,
únicos e inseparables.



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