Me encantaste. Tu
mezcla de candidez y arrogancia era sencillamente irresistible. Dentro de esa cabecita hermosa que aún ni
siquiera había podido acariciar existía el mundo completo que yo deseaba. Eras tú, siempre habías sido tú y ahora que
finalmente te encontraba me daba miedo echar a perder todo con mis ansías y mis
ganas inmensas de rozar tus labios y descubrir si eran tan dulces como tus
ojos… y me moría de ganas de que notaras mi presencia y supieras que existía
porque me encantabas y me encantabas desde siempre aunque tú no lo sabías.
Aún no te había visto, no sabía quién era ese extraño que
se encontraba al otro lado de la pantalla y sentía como si te conociera de
siempre. Te adore desde la primera vez que te vi y al irte viendo más y más,
más me fuiste encantando. Sabía que eras
tú y aunque mi mente trataba de huir de tu recuerdo y de tu sonrisa tímida
escondida detrás de tu grandisisima caballerosidad y una honorabilidad que no
podría ser puesta en tela de juicio jamás, mi corazón no dejaba de palpitar con
prisa cuando veía ese puntito verde en la pantalla que me decía que allí
estabas y estabas conectado…
Te ame por primera vez como se aman los sueños: con
prisa, con irrealidad. Con un alud de
miedos y de dudas que por instantes me sepultaban porque yo quería ser perfecta
para ti. Te ame esa noche hasta adorarte
y hasta saber de nuevo mil veces que eras tú y que siempre habías sido tú y que
ahora finalmente te había tenido en mis brazos y mi pecho y supe que ya no
podría respirar sin el sabor de tus besos y el sudor que te corre por la
espalda. Te ame y nada más me importó
en el mundo, porque mi mundo comenzó a existir cuando vi la luz de tus ojos de
almendra brillantes y llenos de vida y de sueños….
Te vi y te reconocí en seguida. Tu fuerza, tu
inteligencia, tu furia me cautivaron indescriptiblemente. Algo de ti estaba latente en mi desde
siempre… Sabía que eras tú desde la primera vez que la primera vez que con
dulzura susurraste mi nombre…