miércoles, 3 de noviembre de 2010

La promesa de Romina

Los primeros copos de nieve siempre anunciaban la  partida.  Aùn era mediados del otoño, pero el clima habia sido mas frio de lo normal este año.  Cada invierno, desde que tenia memoria siempre habia sido lo mismo: irse a trabajar a la casa de los Señores  hasta que pasaràn las heladas y volviera a salir pasto tierno y verde sobre la tierra.  Nunca supe si ese trato era un poco por làstima ò por convicciòn. Tampoco supe si era verdad todo lo que se decia en el pueblo sobre Romina.  En los pueblos se dicen muchas cosas. Algunas cosas son ciertas y otras nadie lo sabe.  Solo se repiten y se dicen.  Eso es todo....

El Pueblo tenìa un sabor a tristeza y olor a carbòn en el aire.  Tristeza de ver las sierras pelonas y los chiquillos panzones de lombrices jugando descalzos en la tierra. Tristeza de las fuerzas consumidas y los suspiros que ya nadie escucha.  Todo el que se va ya no regresa.  Ni los muertos quieren regresar, serà que es por que ya no tienen memoria.... o a lo mejor si la tienen y por eso ya no vuelven.

Nunca se casò.  Nunca tuvo hijos. Decia que sus hijos eran los ciruelos secos que habìa al rededor de la casa.  Todo el año criaba gallinas, pollos... lo que se pudiera.  El chiste era tener algo para comer en los dìas que no hubiera otra cosa.  Sabìa hacer quesos y cuajadas, pero en el pueblo no hay leche - eso es pa`los ricos- decìa su Tìa Leonilda cuando le preguntaban cuàndo harìan panelas para venderlas en la Plaza.  Ahora ya no hay quesos, ni panelas.  La Plaza esta sola.  De uno en uno se han ido todos.  Lo unico que queda es el campanario de la iglesia que repica como buscando a alguien que lo quiera escuchar.

Siempre la veìas limpia.  El cabello largo y trenzado hasta la cintura.  La falda de colores y blusas bordadas con mariposas y flores.  Orgullosa.  No dejaba que nadie la llamara "india" con desprecio.  Lo hacìan con respeto ò se quedaban callados.  Nunca aprendiò a leer, pero conocia la forma de las palabras y tambien a contar el dinero.  El frio de la mañana en la Sierra Tarahumara y el balde en el que acarreaba el agua eran sus mejores amigos.... Muchos se preguntaban por què no se quedaba ya mejor con los Señores y dejaba de regresar a este màldito lugar,asi como lo hacìa cada año junto con la primavera....

Es la primera nevada.  Mañana por la mañana antes de que amanezca, Romina pasarà  temprano.  Llevarà una pequeña caja atada con un lazo en la que habrà hechado sus cosas de valor: el rosario que le diò su madrina Lupe en su Primera Comuniòn, su ropa limpia.... la imagen de San Martìn Caballero y  Santo Cristo.  Un peine y algunos listones.  Lo demàs se queda cuidadosamente guardado en la casa esperando su regreso. Traera el sueter verde que usa cuando se va.  Tendrà que caminar aprisa para alcanzar el camiòn de las 6:30 y despues el tren que la lleve hasta la capital. Sabe que màs de alguno la mira por las ventanas. No voltea.  Alguien tiene ganas de decirle adiòs, pero no lo harà.  Caminarà callada y aprisa hasta que se pierda de vista despues de bajar la sierra que llega a la orilla de la carretera.  Sabemos que regresarà cuando vuelva a salir el sol y bese a la tierra para obligarla a abrirse de par en par y nos recuerde que la vida se aferra a continuar latiendo hasta sobre las piedras mas frìas y olvidadas.  Romina se va cada año, llevàndose en su caja nuestros sueños de acantilados y sierras dormidas. Se lleva nuestras tristezas amarradas en ese mecate que arrastra de prisa por el camino....

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